A menudo oigo a cristianos decir: "Sí, creo que Dios me ha perdonado, pero no puedo perdonarme a mí mismo".  Oro para que, a medida que trabajes en este capítulo, tengas una revelación totalmente nueva de la gracia de Dios, y sepas que se aplica plenamente a ti también. Por cada parte de tu vida e historia; no importa cuán dolorosa haya sido, Él pagó por todo. Dondequiera que tengamos dificultades en un área aceptando una parte de la gracia de Dios para nosotros, nos está faltando la revelación de Su verdadero carácter para esa situación específica. Cuando sabemos y sentimos personalmente que Él nos ama incondicionalmente, incluso en el área donde actualmente sentimos carencia, sólo entonces podemos aceptar Su gracia. 

Hay una gran diferencia entre creer que somos pecadores y entender que cuando hemos aceptado a Jesús en nuestras vidas, ya no somos pecadores sino hijas de Dios. 

Aunque tengamos la capacidad de pecar,

esa no es nuestra identidad.

Pecar no nos convierte en pecadores, sino que es una invitación a llevar nuestra transgresión ante nuestro amoroso Papá. En lugar de huir de Él porque pensamos que nuestra identidad no es lo suficientemente buena, ahora sabemos que simplemente nuestro comportamiento no estuvo bien. La lucha por la vergüenza es, en última instancia, una lucha por la identidad. Cuando sabes quién eres en Jesús, la vergüenza ya no puede impresionarte.